Novak Djokovic y Rafael Nadal nos ofrecieron en Australia la final másculina más extensa de la historia de los Grand Slam.
El tenis, como el boxeo, es un deporte que conviene a los lobos solitarios, gente capaz de batirse sin ayuda exterior, que entra al campo de juego como si fuera el de batalla.
Las imágenes de la batalla y el gladiador, tan manoseadas, le caen de medida a la final masculina del Abierto de Australia, porque Novak (Nole) Djokovic y Rafael Nadal nos ofrecieron 5hs 53m (la más extensa de la historia de los Grand Slam) de una lucha feroz, cambiante, sin cuartel, que dejó en el espectador una sensación de pasmo, de una admiración terminal y definitiva, como diciéndose "esto no lo veré nunca más".
El serbio llegó al partido con 24 horas menos de descanso que el español, tras una agotadora semi de 4hs 50m ante el escocés Andy Murray. También arrastraba, al parecer, algunas secuelas de una lesión que afectó su rendimiento en los últimos meses del año pasado, lo cual no le impidió completar una temporada que, según Tenis Magazine, ocupa el tercer lugar en la era moderna, después de las de Roger Federer en 2006 y Rod Laver en 1969.
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José Mourinho ha metido el dedo en el ventilador y es demasiado orgulloso y terco para sacarlo: anoche fue silbado en el Santiago Bernabéu por la misma hinchada que lo endiosaba hace un par de semanas.
Es la última trinchera, porque el público del Bernabéu ha sido el más comprometido con su entrenador dentro del universo madridista global, que tiene otras representaciones, a las que Mourinho habÃa insultado calificándolas de "pseudomadridismo", o sea los sectores que objetan algunas cosillas como la de meterle el dedo en el ojo a un técnico rival y no disculparse.
Se podrÃa argumentar que el portugués es como los magos de los circos ambulantes, que sus mañas pierden eficacia si se queda demasiado tiempo en cada pueblo y la audiencia descubre el truco; también cabe la posibilidad de que haya tragado más de la cuenta, que le sea imposible ejercer con equilibrio toda la autoridad, deportiva e institucional, en un club gigantesco.
No es lo mismo controlar con puño de hierro a clubes relativamente pequeños, como el Oporto y el Chelsea, y otros más grandes pero con la protección de un propietario/dictador, como el Inter, que a una institución enorme con vida interna compleja, con oposición, facciones ±è´Ç±ôóپ±³¦²¹s, rivalidades, elecciones... y una desconfianza instintiva ante los paracaidistas ajenos a la casa.
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Algo muy raro pasa con Tim Tebow, el quarterback (mariscal) de los Denver Broncos del ´Úú³Ù²ú´Ç±ô americano.
Es un jugador mediocre, dicen los expertos, pero medio paÃs está pendiente de sus jugadas, que han impulsado a los Broncos a los playoffs, casi siempre en escenas que parecen copiadas de libretos de pelÃculas, con el héroe ganando el partido en los últimos minutos.
Caramba, si hay quienes sugieren que Dios mismo se encarga de guiar su brazo en el lanzamiento. Y esta posibilidad provoca un revuelo, porque agrada a muchos e indigna a muchos más, en un paÃs donde la religión sigue siendo algo muy importante.
Es algo que escapa al fenómeno deportivo para convertirse en un acontecimiento social y cultural.
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Michael Johnson, excampeón olÃmpico de 200 y 400m, y ahora entrenador y comentarista.
Michael Johnson, que algo sabe del tema, asegura que el requerimiento más importante para el éxito deportivo es el hambre, el apetito, porque el atleta destinado a ser grande nunca está saciado de entrenar, competir y ganar.
Sobre esto hay un malentendido.
El hambre al que se refiere el campeón olÃmpico no es tanto el que nos lleva al triunfo como el que nos mantiene en carrera después de esa victoria inicial, concentrados, famélicos, obsesionados, con la vista fija en el próximo desafÃo.
Es cierto que "sin el ADN adecuado, una habilidad natural y una técnica sólida no tendrás éxito como atleta olÃmpico... pero eso sólo es el comienzo", dice.
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"Los grupos de guitarra ya no venden discos, Mr. Epstein". (Dicho el 1 de enero de 1962 al representante de los Beatles, entonces desconocidos, por un productor de la grabadora Decca.)
Cincuenta años después de ese desahucio, las guitarras siguen de moda, claro, aunque el ejecutivo tenÃa sus razones: los Beatles estuvieron mediocres en esa audición, con resaca tras una borrachera y poco material original; además eran de Liverpool, puaj, y al ejecutivo, Mike Smith, le gustaban The Tremeloes, que eran de Londres... mediocres pero con "buen" acento y conocidos del estudio.
En ´Úú³Ù²ú´Ç±ô, tanto como en rock, los pronósticos suelen fallar.
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