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Sí, Ramos no es una garantía, pero cualquier técnico más o menos competente sería mejor que Bernardo Schuster, con tantas ganas de que lo echaran que virtualmente lo exigía con declaraciones suicidas, que la afición vivía como traiciones al espíritu merengue.

De modo que Juande Ramos se hace cargo de un equipo en que la mejor figura, el portero Iker Casillas, ha perdido su confianza y deja entrar goles como un aficionado; en el que no hay personal por el carril izquierdo para contener al mejor hombre rival, Lionel Messi, y entonces improvisa (o eso dicen) a Salgado como lateral izquierdo, a pesar de su edad avanzada, y su falta de condiciones técnicas.

Otros suponen que Sergio Ramos será el encargado de contener a La Pulga. Hmm. Ramos tampoco anda fino, pero las patadas le salen con facilidad.

Y así como Juande Ramos se esfuerza en recordar a todos que los grandes clásicos no tienen lógica, su colega del Barça, Pep Guardiola, trata de cortar los lazos paralizantes de la autocomplacencia: cada vez que escucha "ganaremos por goleada" tiembla, porque desgasta a los suyos y galvaniza a los rivales.

Encima, Guardiola se da cuenta de que Ramos ha levantado una de las vigas que pesaban sobre los jugadores del Real Madrid: la imprudencia, la indolencia, la hosquedad de Schuster, incapaz de elogiar a nadie.

Ramos está hecho de otra manera: hace un par de días le preguntaron a Dani Alves si le agradecía a Juande la oportunidad que tuvo en el Sevilla, donde se consagró y llamó la atención del Barcelona.

El brasileño cayó en la trampa de los periodistas: en lugar de decir que sí, que recordaba con respeto a su antiguo entrenador, dijo que el mérito no había sido de él.

Y entonces Ramos le da una lección de buenas maneras: dice que Alves tiene razón, que "está donde está por su gran trabajo, por su esfuerzo, por lo bien que lo ha hecho. Sin eso, no habría llegado a ningún sitio. Él mismo es quien lo ha hecho".

La superioridad futbolística de este Barça sobre este Real Madrid es abrumadora, pero una marca al hombre sobre Messi, un gol afortunado, un error del árbitro, cualquier cosa puede cambiar el rumbo de un partido con esta carga.

El equipo catalán gana sus partidos como una orquesta, deslumbrando por sus conexiones internas, sus armonías, sus arpegios cuando Xavi y Messi afinan sus instrumentos.

Este Madrid gana, cuando lo hace, por su espíritu de lucha, por la garra y el orgullo de Raúl, Higuaín y Gago, con la habilidad y el desborde de Robben (que ¡ay! se lastima cada vez que lo miran con fijeza).

La tropa del Real Madrid peleará con valentía, como es su costumbre. Predecir una caída estrepitosa en casa de su gran rival es cómodo, pero tal vez subestime la influencia de los demonios y ángeles del ´Úú³Ù²ú´Ç±ô, que siempre están conspirando contra las percepciones fáciles.

De todos modos, apostamos por la lógica futbolística, arriesgándonos al ridículo: Barça 3, Real Madrid 1.