Esa noche cenamos pollo en mostaza y bebimos vino griego mientras
ve铆amos en la televisi贸n las celebraciones en alg煤n lugar de Ocean铆a,
en un estadio de Pek铆n, en el Kremlin ya vac铆o de Boris Yeltsin, en
lo alto de un edificio de Jerusal茅n, y decidimos ir al centro de Londres
para esperar el a帽o, el siglo, el milenio, lo que fuera, pero en el
centro de Londres ya estaban todos, tal vez cuatro millones de personas,
tal vez menos, apretujadas en ambas orillas del T谩mesis y en las calles
que llevan al r铆o, y en los parques y en las plazas, y en los autobuses
y en el metro, que a esa hora ya hab铆an dejado de cobrar los pasajes,
y vimos a muchos disfrazados de cualquier cosa, de diablos, de robots,
de doncellas, de astronautas, con diademas relucientes de diamantina
o sombreros bufonescos, a polic铆as con chalecos fosforescentes, caminando
a media calle de Kingsway, como nunca o casi nunca vac铆a de carros,
en direcci贸n a Bush House, donde vive el Servicio Mundial de la 大象传媒,
s贸lo que esa multitud no iba a la 大象传媒 sino a otra parte que por el
momento nadie sab铆a con precisi贸n d贸nde era, y nos fuimos con la muchedumbre,
tropezando con j贸venes que llevaban botellas de champa帽a o lo que
fuera, muchachas euf贸ricas, grupos que fumaban algo que nunca fue
tabaco, turistas que iluminaban la noche con sus flashes, familias
preocupadas por no perder a los suyos entre los dem谩s, parejas que
hac铆an sonar silbatos y caminaban por caminar hasta que otros que
hab铆an llegado antes ya no los dejaban ir m谩s all谩, y entonces se
regresaban por donde hab铆an venido, de ning煤n lado hacia otro, y eso
hicimos nosotros para no ser menos, y finalmente decidimos ir a Leicester
Square, donde quiz谩 habr铆a menos gente, y en el camino hab铆a alguien
orinando en cada rinc贸n oscuro, botellas y papeles en la calle, un
olor amoniacal en el ambiente y la huella fugaz pero constante de
los rayos laser en el cielo nublado, y a media cuadra de Covent Garden
decidimos no llegar hasta Leicester Square y regresamos a la placita
donde un peque帽o grupo se hab铆a resignado a ver qu茅 pasaba, y est谩bamos
frente a una reja negra, no muy lejos de donde una pareja se amaba
en un quicio en penumbras, cuando se oy贸 un estruendo, el cielo se
ilumin贸 de rojo, la gente aplaudi贸, comenz贸 el a帽o dos mil, y quedamos
ba帽ados por las luces de colores que se abr铆an en ins贸litas flores
de fuego azul o verde o blanco, crec铆an en espirales contradictorias,
ca铆an en cascadas que lentamente se convert铆an en humo, entre estallidos
y exclamaciones que nunca sabremos si eran del grupo en Covent Garden
o de la multitud del r铆o, o de la ciudad o de la mitad del mundo que
a esas horas ya andaba en otra 茅poca, durante los quince minutos precisos
que dur贸 el espect谩culo antes de que todo quedara envuelto otra vez
en las sombras y el silencio que solamente puede tener una muchedumbre
en busca de transporte p煤blico para volver a casa, y dos horas despu茅s
la l铆nea para entrar al metro que nos quedaba cerca era de dos cuadras
(hab铆amos pasado un par de horas en la 大象传媒, esperando que todos se
fueran), y tuvimos que caminar hora y media en busca de una estaci贸n
del metro que no estuviera abarrotada, viajamos tres o cuatro estaciones,
tuvimos que bajarnos porque el tren no paraba en la estaci贸n a la
que 铆bamos, y pudimos oler el aroma de pasto mojado en Finsbury Park
a las cuatro y media de la ma帽ana, y eran las seis cuando un t茅 de
manzana y un plato de arroz con frijoles refritos nos reconciliaron
con el resto de la humanidad y nos fuimos a dormir en paz.
Cuando despertamos, el mundo segu铆a ah铆.
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