|
|||||||||||||
|
Reflexiones de un ludita aficionado 脥bamos a comprar un espejo en Dulwich y terminamos hablando de computadoras y ni帽os. Es que era s谩bado y E-Mary y yo camin谩bamos por calles de casas parecidas y calladas en busca de una vidrier铆a tan surtida como lejana. "Hay programas para ni帽os de cuatro o cinco a帽os", se帽al贸 E-Mary entre escandalizada y divertida por la idea de que un ni帽o de cualquier edad pueda pasar el tiempo asomado a una pantalla de computadora. Luego entramos a un restaurante indio y nos olvidamos del tema durante algunas horas. Pero m谩s tarde volv铆 a pensar en eso cuando -en el colmo del ocio- hojeaba un diccionario. Me encontr茅 el nombre de Ned Ludd, que desde los principios del siglo XIX advirti贸 los peligros de la m谩quina (aunque seg煤n el diccionario que consult茅 se trat贸 de un obrero medio idiota de Leicestershire que destruy贸 maquinaria en protesta por algo que el libro mismo no consigna), y en cuyo honor se acu帽贸 la palabra ludita, que sirve para nombrar a quienes descreen de la tecnolog铆a鈥 "Los ni帽os tienen que aprender a usar computadoras cuanto antes porque el mundo depende cada vez m谩s de ellas", dicen quienes creen que ancho mundo de la cibern茅tica es el mejor de los mundos posibles. No lo creo. Hay quien sostiene que las computadoras se han vuelto muy populares en algunas escuelas y entre algunas comunidades acad茅micas porque pueden sustituir con cierto grado de efectividad las deficiencias de financiamiento y las carencias docentes: los aparatos se convierten en ni帽eras pedag贸gicas, pero no contribuyen a que los ni帽os aprendan m谩s r谩pido ni mejor. Despu茅s de todo, yo pertenezco a una especie en v铆as -pero no en riesgo- de extinci贸n. Todav铆a recuerdo la expresi贸n de mi hijo Joaqu铆n cuando le expliqu茅 que la primera vez que v铆 televisi贸n yo ten铆a unos siete a帽os, y que cuando yo fui ni帽o no hab铆a computadoras. Muchos de quienes lean esta entrega del Diario de un reportero crecieron de la misma forma, en tiempos en que uno jugaba con otros ni帽os y no contra una m谩quina, cuando los juguetes eran objetos y no im谩genes y la vida no era necesariamente mejor sino diferente. Entonces, como ahora, lo importante era el contacto humano. Es verdad que la internet ofrece -literalmente- un mundo de informaci贸n y un universo de actividades cuyo l铆mite parece ser la imaginaci贸n. Pero no es suficiente como para alentar a los ni帽os a convertir las computadoras en herramientas de uso diario, por no mencionar los problemas f铆sicos y riesgos emocionales y sociales que implica el uso de esos aparatos, ni las conversaciones que provoca y nada tienen que ver con la actividad sabatina de salir a comprar un espejo. |
|
|||||||||||
| Arriba | |||||||||||||
|