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Recuento Es verdad: el tiempo pasa. Cuando nos dimos cuenta ya era demasiado tarde y 2001 estaba corriendo en los relojes aun antes de llegar, porque el tiempo tiene la virtud de andar de prisa a estas alturas de la vida, ya no como en la infancia cuando una hora es larga y un mes dura lo que vive una estrella… Tengo que ser breve. Pese a todo, el oficio que tengo es tan noble que me pagan por hablar, por decir lo que pienso (aunque, como Sabina, a veces diga lo que pienso sin pensar lo que digo), y todas esas palabras, habladas o escritas, se van juntando y llegan a convertirse en algo que uno no imaginaba. A veces, cuando la tarde se tarda en terminar, me asomo a ver las cosas que he escrito en este espacio. Algunas me gustan, otras me parecen precipitadas, otras desastrosamente erradas, pero en todas encuentro algo de lo que soy. Y a veces hallo cosas, ecos, perfiles de alguien que no soy yo pero que aguarda agazapado en lo que dije para que alguien venga y lo descubra. A veces, cuando el amanecer se demora en llegar y no hay nadie en la oficina, encuentro en mi correo cartas de lectores que opinan, comparten, agradecen, reprenden, elogian, aconsejan, recuerdan, insultan, aprovechan para contar sus cosas, aclaran, solicitan, corrigen, pero sobre todo leen, y al leer son parte de este espacio en el que no hay nadie y estamos, de muchas formas, todos. A ver si el 2001 es otra odisea especial de esta forma de viajar conversando y leyendo y escribiendo y viendo las fotos que eligen los webertos y asistiendo, discretos, al suave acontecer de E-Mary en las cosas que me pasan, al capricho del tiempo. Por lo pronto, solamente puedo esperar que la hayan pasado bien, que la pasen mejor, o que simplemente la hayan pasado, que ya es decir. Y que el recuento sea leve. |
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