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Nunca tuvo ningún perro




Tuve una vez una rata blanca que logr茅 salvar del laboratorio de la escuela de Psicolog铆a, y que se muri贸 de obesidad gracias a los cuidados de buena madre que le dio mi abuela, pero hasta ah铆.

Nunca tuve ning煤n perro. Ya hab铆a pensado en eso el jueves de la semana pasada, una tarde en que me puse a reflexionar sobre c贸mo ha sido mi vida y jugaba a hacer versos:

Ha encendido la luz. Mira la foto/Y cuenta lo que tiene: sombras/ Que el recuerdo disipa sin ternura,/La brutal sensaci贸n del que est谩 solo/ Y ha vivido en diez casas en diez a帽os,/Tres hijos, dos nietos, ning煤n perro/ (Pero nunca tuvo ning煤n perro),/ Un oficio hecho de palabras/ Que cada vez dicen menos, desenga帽os/ (Qui茅n va a pensar en la alegr铆a/ a esta hora), angustia por la vida/ Y por la muerte y el resto de la noche por delante./ 脡l apaga la luz, cierra los ojos./ Pero ha visto la foto y piensa/ En el d铆a que vendr谩./ Y duerme.

He conocido a perros que terminaron por hacerse mis amigos, como goliat, un nombre que no merec铆a la may煤scula -dec铆a su joven amo, que ahora es f铆sico- porque hab铆a huido de un perro menor; o mis enemigos, como 尘铆蝉迟别谤, el temible pastor alem谩n de los vecinos.

O como varias generaciones de candomas: candomas uno, de una prima, que se aprendi贸 de memoria las canciones de la Nueva Trova aunque no las cantara; candomas tres, perro pedorro, y candomas 煤ltimo, que un d铆a se fue hacia donde van los perros al amanecer.

M谩s recientemente, quico, que nos dejaba de hablar si lo rega帽谩bamos, y cuyo sentido del juego era brutal a veces. "Le gusta mascarle el cuello a otros perros", nos inform贸 serio uno de los trabajadores del rancho, "pero no lo hace por mal".

Una vez fui a una exhibici贸n canina en Earls Court -un lugar tan grande como un pa铆s peque帽o- y conoc铆 de todas clases, grandes y chicos, peludos y pelones, toda la variedad.

Esa vez vi desde mastines tristes en su inm贸vil masa de ojos enrojecidos hasta chihuahue帽os llenos de adrenalina y exoft谩lmicos, y me asombraron los ex贸ticos basenji, que no ladran porque son -dicen sus due帽os- mezcla de perro y simio y gato y ser humano...

"Uno quiere un perro para no estar solo", asegura un colega. "Para no perder el sentido de lo animal que nos queda", sugiere un antrop贸logo. "Para seguir siendo puros", advierte el poeta. "Y adem谩s para que el perro haga lo que se le d茅 la gana", piensa uno.

He visto espect谩culos en que los hacen que se sienten, que se acuesten, que caminen, que se queden parados, que vayan por la pelota, que esperen a que uno abra la puerta o la cierre, que saluden, que salten, que se arrastren, que bailen, que agradezcan el aplauso del p煤blico que vino a verlos, como si fueran gente. Pero 茅se es otro cuento, y ya hasta se me hab铆a olvidado.

Volv铆 a pensar en el tema este martes memorable porque a la salida de otra estaci贸n del metro, ya tarde pero contento, o铆, por primera vez en muchos a帽os, el inconfundible aullido de un perro ante la luna casi llena. Y tambi茅n porque Julia Zapata me pidi贸 que escribiera algo sobre el tema.

No s茅 qu茅 decir, o qu茅 m谩s decir. Nunca he tenido un perro. Pero recuerdo otro tiempo, d铆as en que despertaba y me iba a la secundaria antes de amanecer, cantando tangos por las calles vac铆as para quitarme el miedo y despertando un coro de perros desconcertados a mi paso. Despu茅s pas贸 el tiempo.

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Fin del mundo y platos sucios
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