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In memoriam sombrero


Mi abuelo usaba sombrero. Ya nadie usa sombrero, y los pocos que conservan el gusto son los campesinos (si bien no todos, porque hay quienes cambiaron el sombrero de paja por gorras beisboleras con el logotipo de algo), los que viven en el norte mexicano y en el sur estadounidense (igualmente, la costumbre se reduce a algunos que cada vez son menos), la gente de pueblo chico (generalmente gente mayor), y un amigo colombiano que vive en Londres.

Cuando pienso en un campesino con sombrero me acuerdo del hombre que encontramos una tarde, esperando uno de los autobuses que llevan a Yecuatla. No hallaba modo de sentarse a gusto porque el sombrero no lo dejaba recargar la cabeza en la pared. Si se quitaba el sombrero para acomodarse tampoco se hallaba, porque entonces le estorbaba tenerlo en las manos.

Ese problema se agrava si se trata de un vaquero del norte -o un cowboy del sur, depende-, porque el sombrero es caro, es fino y a veces hasta elegante, y el propietario usa botas vaqueras.

Lalo es el arquetipo: manejaba camioneta (troca, como le dicen en esos rumbos) o Camaro nuevo, a todo el mundo le hablaba de usted, y gastaba dinero como si no importara nada. Una madrugada despertamos con la novedad de que lo detuvieron en Utah con diez kilos de coca y la licencia vencida. Estuvo preso seis meses. Yo pude conseguir casa en otra parte antes de que saliera en libertad.

Pero debo agregar que no todos los del norte -o del sur, que todo es relativo- son iguales. Tenemos el caso de don Eusebio, que era el vecino. Oriundo de un pueblito con nombre de apellido en un vericueto de la frontera entre Zacatecas y Aguascalientes, hombre del desierto, orgulloso padre de media docena de hijas, trabajador intermitente de una empacadora desde que se vino de indocumentado. Don Eusebio usa sombrero, aunque de diferente modo.

El sombrero de don Eusebio es chiquito y conserva los vestigios de una pluma tan vieja que sin duda es de ave extinta, si bien el detalle de la pluma es lo de menos. Lo importante es que su estilo y su material nos sirven como ejemplo de quienes lo usan en pueblo chico, generalmente gente mayor, como ya se dijo. Aunque Don Eusebio no vive en pueblo chico es gente mayor, y por lo tanto tiene pelo escaso, casi siempre peinado de manera que un lado de la cabeza se preste cabellos al otro. En este caso, el sombrero no solamente le sirve para ocultar tan vergonzoso detalle sino para conservar la cabeza caliente.

Y mi amigo colombiano que vive en Londres -y cuyo nombre naturalmente omito para evitarle rubores- es caso especial. Cuando uno lo ve de sombrero, se imagina los tiempos en que el mundo estaba dividido en gentiles damitas y galantes caballeros, se fumaba en todas partes (por supuesto en el cine), y el que no usaba fijapelo Glostora se peinaba fuera de la realidad. Y como cuando usa sombrero se pone gabardina, mi amigo evoca la era de los detectives privados que entraban sin temor en callejones donde los esperaba un asesino pistola en mano...

Pero sobre todo recuerdo los sombreros de mi abuelo. Eran , una marca muy popular en esos tiempos. Mi abuelo se sentaba en las escaleras a fumar un Del Prado y a pasarle el cepillo a su sombrero como si fuera la gran cosa. Los cuidaba como si fueran sus nietos...

Y la noche que fuimos al cine Ada a ver el estreno de la semana, cuando las pasiones se encendieron en la pantalla y casi al mismo tiempo las hormonas de los espectadores se pusieron a cien, en el momento de sordera que antecede a la escena en que los protagonistas por fin se besan y caen en una cama o en la arena que moja el mar, rendidos de deseo rayano en la lujuria, el sombrero de mi abuelo se interpuso entre mis ojos y lo que mis ojos estaban viendo, hasta que las cosas volvieron a ser como dios manda.

Sobre todo porque no hace mucho pude ver la escena censurada. Ahora me doy cuenta de que el cine ya no es lo que era antes, ni siquiera el cine de antes. Lo que esa noche se me hizo extremo de las pasiones -altas o bajas- era en realidad un beso de tantos, un frotamiento entre tantos, un episodio prescindible. Tal vez por eso los abuelos no necesitan sombreros.


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La Columna de Miguel
El mundo, el periodismo, la vida cotidiana, los estereotipos, las anécdotas, a través de la particular lente de Miguel Molina.

ÍNDICE DE CHARLAS

¿Quién salvará a El Salvador?
Hijos de la Vieja Albión
Sobre vivir con miedo
Mirarse en un espejo ajeno

Las interniñas y un viejo vestido de blanco
Ashley tiene una pistola
Recuento
Tres mitos para Caterine
Cosas que ya no tienen remedio
La noche en que el sistema se vino abajo
Los trenes ya no van a ningún lado
Clones y extraterrestres
Reflexiones de un ludita aficionado
Las olimpiadas ya no son un juego
Donde no se atreven la ibuprofen lisina ni el maleato de domperidona
Los niños de la calle y Bill Clinton
En tren, en góndola, en el baño
Qué piensa y qué oye Fujimori
Nada como no hacer nada
Gordon puede darse por muerto
Me preguntaron qué pensaba
¿Y el lunes qué?
Jardín del Edén
Se llama Kennedy y toca el viol铆n con micr贸fono
Tecnología por tu bien (I)
Nunca tuvo ningún perro
Iloveyou
Días del trabajo
Elián y las niñas
Razones de amor para no fumar
Casi el paraíso
El derecho a preguntarle al presidente
Virtud de los peluqueros
El precio de la paz en Colombia
Ahí viene la guerra
In memoriam sombrero II
In memoriam sombrero I
Inútil divagación sobre la patria
Cercanía y distancia de México
Otros diez minutos sin Martí
La urraca, la zorra y el silencio
Ecuador: las manos en el fuego
Esa noche...
En descargo de la nostalgia
El dios y el diablo del teniente coronel
Fin del mundo y platos sucios
El niño y el mar
Cosas de noviembre
Cita con las estrellas
Días y noches de Miami
Tea, sir?
Mitos de Londres

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