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Los trenes ya no van a ningún lado A las seis y media de la ma帽ana, la estaci贸n de Sydenham es un lugar lleno de gente silenciosa que s贸lo quiere que llegue el tren de las seis treinta y seis. Como es oto帽o ya, hace fr铆o y llueve. Un minuto despu茅s, una grabaci贸n asegura que siente mucho anunciar que el tren de las seis treinta y seis viene retrasado y llegar谩 trece minutos tarde. En la penumbra vaga, uno trata de leer el peri贸dico y no pensar en el contratiempo. Yo prefer铆 evocar el lejano edificio colonial que fue estaci贸n de tren en Montevideo y pronto ser谩 un centro comercial m谩s en un pa铆s al que poco parece importarle su pasado ni ha podido terminar de construir su futuro. Despu茅s de todo, nunca viaj茅 en tren en Uruguay, ni supe lo que es esperar en ese enorme templo erigido en honor a la m谩quina y al general Artigas, un sitio en penumbra, oloroso a tiempo ido, porque en Uruguay, como en el resto de Am茅rica Latina, el tren es un dinosaurio del siglo de las m谩quinas, como sin duda habr铆a dicho Zitarrosa. Es cierto que quedan lugares como Antioquia, donde Colombia quiere recuperar de a pocos lo mucho que perdi贸 la noche del bogotazo, cuando en 1948 se quem贸 -adem谩s de un sue帽o pol铆tico- todo lo que andaba sobre rieles. Pero la imagen de un tren que avanza en el monte, por muy poderosa que sea, sirve m谩s a la ilusi贸n que al transporte p煤blico en tiempos del posmodernismo neoliberal. Por eso me sirvieron de poco las varias horas que pas茅 varias veces recogido en el bullicio de la estaci贸n del tren en Los 脕ngeles, viendo pasar a las raras personas que no usaban ni carro ni avi贸n para viajar en el 煤nico pa铆s del mundo que tiene tanto y necesita tanto. Pocos lugares como esa estaci贸n, catedral con enormes bancas dur铆simas de donde se va a para铆sos en trenes caros y lentos que a nadie le interesan mucho. Aunque esas horas eran m谩s bien de penitencia que de contemplaci贸n, porque a esas alturas ya me hab铆a dado cuenta de que el tren es un veh铆culo de viaje para quien no tiene prisa. Lo de la prisa fue como una revelaci贸n. Si uno es m谩s libre que nunca cuando dej贸 un lugar y no ha llegado al otro, el tren es el transporte ideal para ser libre, como si uno estuviera -digo, es un decir- en las entra帽as del monstruo que transport贸 a Jon谩s. Lo supe el d铆a que llegu茅 puntual a la estaci贸n de Buenavista, en la ciudad de M茅xico, y me sub铆 al tren con la torpeza de quien tiene la mand铆bula fracturada y costurones de metal sujet谩ndole los dientes. El tren sali贸 puntual, a las ocho y media de la ma帽ana, y corri贸 sin prisa por los patios industriales de la capital, perdi茅ndose en vapores amarillentos y hedores sulf煤ricos y de otros hasta las nueve, que fue cuando se detuvo enmedio de ninguna parte. De ah铆 en adelante -geogr谩fica y metaf贸ricamente- todo fue cuesta abajo. El tren se detuvo en cada lugar donde un enjambre de vendedores ofrec铆an tamales y tacos, empanadas y barbacoas, atoles y jugos y cervezas y pulques curados, dulces y panes y frutas enmedio de una alharaca que dur贸 las doce horas que toma recorrer los trescientos veinti煤n kil贸metros de M茅xico a Xalapa. Llegu茅 hambriento y desesperado por la profusi贸n de manjares inaccesibles que pasaron frente a mis ojos. El recuerdo de ese viaje me persigui贸 durante varios a帽os. Mi relaci贸n con los trenes, espor谩dica y contradictoria, se volvi贸 cosa del pasado. Hasta que me vine a vivir a Londres, un lugar donde los trenes todav铆a funcionaban y se pod铆a saber la hora seg煤n la m谩quina que pasara... Al menos eso cre铆, pero evidentemente se trataba de un mito genial. He viajado varias veces en tren por el pa铆s que invent贸 los trenes, y he probado la comida que se vende ah铆, el vino que se bebe, y la dura calidad de los asientos en sus salas de espera. Despu茅s de no tanto tiempo, llegu茅 a la conclusi贸n de que los trenes ya no tienen remedio. El sistema ferroviario del Reino Unido dej贸 de funcionar hace tiempo y Margaret Thatcher se encarg贸 de privatizarlo. Ahora es solamente una caricatura de lo que fue: los retrasos acumulados de todos los trenes del sistema har铆an que un convoy ideal sufriera una demora de cientos de a帽os. Y peor. Los que tienen a su cargo los ferrocarriles hacen declaraciones como 茅stas: "Hay hojas tiradas en las v铆as", "Hace el clima equivocado", "Los trenes se retrasan porque hay pasajeros". Y la cosa va todav铆a m谩s all谩, porque no hace mucho se produjo otro accidente en el que murieron varias personas y las 煤ltimas esperanzas de que mejore el sistema. De pronto todo comenz贸 a paralizarse, y los retrasos y las cancelaciones fueron tan inesperadas como numerosas. Lleg贸 el d铆a en que esperaba el tren en Sydenham y me puse a pensar lo que ya dije. Entonces fui y tom茅 un taxi. Los trenes ya no van a ning煤n lado. |
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